Escena de 'A sangre fría' (1967), película basada en la novela homónima de Truman Capote |
Imaginaos la situación: dos repugnantes individuos que quieren hacer fortuna, asaltan la casa de la amable y querida familia Clutter, amordazando y asesinando a tiros a los cuatro miembros de la familia que se encontraban en la vivienda. Incluso, le arrebatan la vida a Nancy Clutter, una muchacha de apenas 16 años. Horrible, ¿verdad? Está claro que lo es, al igual que está claro que no es difícil odiar a los criminales, que consiguen escapar de la justicia durante un tiempo. Cuando por fin son capturados, el deseo más común es el de la venganza. Y muchos amigos de la familia Clutter se dieron por satisfechos cuando los asesinos fueron condenados a muerte. Sin embargo, Truman Capote consigue gracias a su pluma algo extraordinario: que el lector empatice con los culpables, con los antagonistas, con los asesinos. Al comenzar el libro, mi mayor deseo era que tanto Dick como Perry pagaran por lo que le hicieron a la pobre e inocente familia Clutter, pero a medida que avanza la novela y el autor va desnudando a los criminales, mostrando aspectos ocultos de su vida y personalidad, hay algo que cambia. Por supuesto que sé que las víctimas son los Clutter y no ellos, pero no puedo evitar mirarlos de un modo distinto. No puedo evitar emocionarme ante algunos episodios de la trágica vida de Perry o de la atormentada personalidad de Dick. Por supuesto que nada de esto justifica el sangriento crimen, pero lo que quiero destacar es que Capote consigue que los lectores nos pongamos en la piel de todas las partes, de todas las versiones. Y es solo así como comprenderemos la historia en su totalidad. Además, la obra hace reflexionar sobre una de las cuestiones más polémicas, sobre todo en Estados Unidos: la pena de muerte. Creo que el autor se posiciona claramente en contra, pues hace mucha incidencia en los sentimientos de Dick y Perry cuando el juez anuncia que son condenados a la horca: horror, agobio, desesperación, indignación, tristeza y resignación. Y creo que, incluso las personas que todavía apoyen esta práctica que sigue aplicándose en muchas zonas del mundo (y que para mí es una barbaridad), sienten compasión por ellos. Incluso puede que, como yo, derramen alguna lágrima por ellos. Y es una sensación rara, porque al fin y al cabo son unos asesinos que han destrozado a una pobre familia. Pero Capote hace que observemos incluso a los individuos más malvados como seres humanos y como personas. Y todo esto con pluma y papel.