jueves, 19 de diciembre de 2013

"The Bang Bang Club", el poder de la fotografía

La fotografía y el cine protagonizan una unión perfecta y es que... ¿acaso el cine no es una composición de fotogramas? Por ello, muchas películas han reflexionado sobre el papel de la fotografía y de los fotógrafos, esos héroes capaces de inmortalizar un momento y parar el tiempo... “The Bang Bang Club” es un film canadiense dirigido por Steven Silver basado en el libro homónimo de dos fotoperiodistas famosos, Greg Marinovich y Joao Silva. La película muestra el inicio y desarrollo de The Bang Bang Club, un grupo de fotógrafos formado en los años 90 que cubrieron la lucha contra el apartheid en Sudáfrica, realizando icónicas fotografías (algunas ganadoras de premios Pulitzer). El grupo de jóvenes fotógrafos estaba compuesto por Kevin Carter, Ken Oosterbroek y los propios Greg Marinovich y Joao Silva.

                                     


El perfil del fotógrafo: reportero de guerra La fotografía y, sobre todo, el fotógrafo, cobran un papel protagonista en “The Bang Bang Club”. De hecho, el eje principal de la película es la actividad de los fotógrafos en grupo y sus logros individuales, centrándose sobre todo en las figuras de Kevin Carter (polémico fotoperiodista cuyo nombre es de los más conocidos) y Greg Marinovich (fotógrafo freelance que constituye la última incorporación al grupo). Sin duda, el perfil visto en clase que podemos identificar en la película es el del reportero de guerra, un fotógrafo que, independientemente de que trabaje por su cuenta o para una agencia, retrata la realidad desde un punto de vista muy vivo y humano, destacando detalles impactantes y situándose en primera línea de batalla para conseguir las instantáneas más impresionantes y que reflejen con más viveza el hecho.

Un tema llamativo es el valor de la
pertenencia a un grupo también en el ámbito fotográfico. El film muestra cómo los componentes de The Bang Bang Club se ayudan entre sí, tanto para localizar buenas tomas como en temas más personales (por ejemplo, cuando Kevin atraviesa una crisis con las drogas, sus compañeros no dudan en prestarle dinero e, incluso, Ken le cede algunas fotografías). Además, en conflictos bélicos un fotógrafo se siente más protegido y amparado si acude al lugar de los hechos acompañado de compañeros con los mismos objetivos y aspiraciones, pudiendo esquivar más fácilmente el peligro sin por ello ver mermada su imparcialidad o su visión personal de las fotografías (y es que, los “periodistas empotrados” o embedded journalists que acuden a las batallas protegidos por soldados, a veces pueden ser influenciados por ellos y/o su Gobierno para representar los hechos de una manera u otra).

Respecto a la reflexión sobre la importancia del grupo para los fotógrafos protagonistas, son interesantes las declaraciones de Kevin Carter en una entrevista radiofónica al inicio de la película. Para él,
TBBC es casi como una broma (de hecho, en la cinta se puede ver que ellos no planean formar un grupo, sino que es algo que surge), pero que es importante en cuanto al poder y a la seguridad de ir en grupo. Reconoce que, a pesar de la colaboración, siempre hay cierta competitividad entre ellos para conseguir la mejor toma. Y esto, sin duda, puede ser también algo bueno que fomente el esfuerzo y la innovación en cada uno de ellos.

Otro punto interesante respecto a lo que el fotógrafo se refiere es el rechazo a la palabra
paparazzo. La película retrata de forma fiel cómo los fotógrafos protagonistas no quieren que se les vea como personas que entran de forma intrusiva en la vida de los demás, sino como héroes o más bien como personas que cumplen la labor social de mostrar el mundo y sus desgracias. En una escena concreta, un periodista les cuenta a los cuatro fotógrafos que desea hacer un reportaje sobre ellos, titulándolo como “The Bang Bang Paparazzi”. Esto no hace otra cosa que enfadarlos, sobre todo a Joao, por lo que el periodista cambia el título a “The Bang Bang Club” y así queda bautizada la unión de los fotógrafos.

Otro de los aspectos presentes es el poder del fotógrafo. Aunque ya analizaremos más adelante las consecuencias que puede desencadenar una impactante fotografía, cabe destacar que
en la guerra no hay mejor arma que una cámara. Y es que, como expresa Marinovich, su forma de luchar no es con armas de fuego, sino plasmando el sufrimiento humano para así intentar concienciar al resto del mundo. Por eso, a veces mantiene la cabeza fría y toma fotografías a escenas violentas (aunque hay que decir que Marinovich es de los pocos que a veces interviene físicamente para defender a agredidos). Sea como sea, la implicación del fotógrafo en los temas es enorme, al igual que su labor, aunque no siempre sea comprendida. Por eso, cuando por ejemplo muere Ken, el propio Nelson Mandela muestra sus condolencias, lo que demuestra que el fotógrafo puede convertirse en protagonista de toda una guerra. Fotografías icónicas: el poder de la imagen Además de representar a la perfección el perfil del reportero de guerra, la película muestra cómo se realizaron algunas tomas icónicas de la Historia de la fotografía.
- Kevin Oosterbroek en plena acción  (Por Kevin Carter)
Esta imagen es el claro símbolo del fotógrafo como protagonista. Como decíamos antes, el reportero no es solo una persona que se esconde tras el objetivo y se limita a pulsar un botón, sino que de él depende el efecto que cause la fotografía. Es importante que un reportero de guerra tenga conocimiento del país en el que está y de su sociedad, así como una sensibilidad especial. Con estos atributos se consiguen fotografías distintas y auténticas.

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Asesinato a un supuesto espía Zulu (Por Greg Marinovich)
Esta es la fotografía más conocida de la serie que representaba los confictos internos de Sudáfrica de la mano de Greg Marinovich. Fue tomada en 1991 y obtuvo el prestigioso premio Pulitzer. Tanto la realización de la imagen como su reconocimiento con el galardón crearon todo un conflicto interno en Marinovich, pues era la prueba de un crimen y tenía una carga violenta terrible. La imagen hace hincapié en dos aspectos: por un lado, la exposición al peligro por parte del fotógrafo de guerra (en la película, los asesinos amenazan al propio Marinovich por acercarse y tomar fotos) y, por otro, la sangre fría que debe poseer toda aquella persona que se dedique a este oficio para presentar injusticias y atreverse a retratarlas.

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El niño y el buitre (Por Kevin Carter)
Posiblemente, esta es la fotografía más famosa que aparece en la película. Casi por casualidad, Kevin Carter se fija en el niño famélico (en la película dicen que es una niña, pero algunos reportajes apuntan que fue un varón llamado Kong Nyong que logró sobrevivir) y decide fotografiarlo. Sin embargo, se da cuenta del detalle del buitre de detrás, que está acechando al desgraciado muchacho. Por la enorme carga simbólica, Carter decide incluir al ave en el encuadre, y seguramente ese detalle fuera el que le dio el premio Pulitzer de 1994. Aunque Carter cumple la función de generar impacto y visibilizar la hambruna y la pobreza en el continente africano, muchos periodistas y ciudadanos le juzgan por no haber ayudado al crío. Al igual que en el caso de Marinovich, Carter sufre un conflicto interno que le hace replantearse cuál es su verdadera función, si ser testigo de los hechos y atreverse a mostrarlos o intervenir aún más. Esta presión por parte de la opinión pública sumada a su adicción a las drogas hacen que se suicide poco tiempo después.
Reflexiones y lecciones Aunque a lo largo del análisis hemos extraído algunas enseñanzas de la película, las detallaremos en cuatro claves:

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El fotógrafo (y la fotografía) son testigos y tienen poder en la Historia. Dicen que “ojos que no ven, corazón que no siente”, y es verdad. Los fotógrafos son los que acceden al lugar de los hechos y tienen un gran poder (y deber) en sus manos: retratar lo que ven y conseguir que llegue al mundo. De esta forma, es cómo se inmortalizan los momentos más importantes de la Historia (conflictos bélicos, atentados, manifestaciones, Elecciones, etc.).

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El fotógrafo debe conocer lo que retrata. Una fotografía no vale nada sin su contexto. Es fundamental que el fotógrafo no se limite a disparar el flash, sino que se adentre en las historias para atreverse a contarlas. Aparte de la documentación previa, el fotógrafo debe conocer a los protagonistas del hecho y hacer un ejercicio de empatía. En definitiva, el fotógrafo debe ganarse la confianza de los protagonistas.

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Hay que contar nuevas historias. Enviar corresponsales de guerra y fotógrafos a territorio internacional es costoso, tanto económicamente como psicológicamente para los profesionales y sus familias. Por ello, merece la pena aprovechar el traslado, y más teniendo en cuenta el riesgo al que están expuestos. El fotógrafo no debe quedarse con el discurso de la opinión pública, los grandes medios o el Gobierno sobre un acontecimiento, sino que tiene que conocer y representar distintas versiones, historias diferentes. En el film, Marinovich quiere contar la versión de los Inkatha, a diferencia de otros periodistas que se centran en el otro bando. Esto enriquece la información disponible sobre un hecho, aportando nuevas perspectivas.

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¿La ética entiende de colores? Quizá, esta reflexión no aparezca de forma muy explícita en la película, pero aun así está presente. En un momento dado, Marinovich no duda en fotografiar el cadáver de un compañero negro. De la misma forma que tampoco titubea al retratar el brutal asesinato del hombre negro quemado vivo. Algo similar sucede con Kevin Carter y la instantánea del niño y el buitre. Pero, ¿sucedería lo mismo si se tratara de una guerra entre blancos? ¿Se mostrarían sin pudor los cadáveres de niños blancos y los asesinatos a sangre fría? Aunque los fotógrafos han de retratar la realidad, siempre deben regirse por unos criterios éticos, sobre todo en cuanto a menores se refieren. Sin embargo, a veces la raza o la nacionalidad son factores que influyen. De la misma forma, la actitud del público no es la misma dependiendo de los protagonistas de las fotografías. ¿Qué hace grande la fotografía? Esta es la pregunta con la que se inicia la película. Kevin Carter duda. Mira a su alrededor, al pulcro estudio de radio. Y, finalmente, responde. Para él, lo que hace grande a una fotografía es que consiga hacer pensar. Afirma que no es solo un espectáculo, sino que tiene que motivar una respuesta y hacer reflexionar. Podríamos decir que Carter se refiere a la función social implícita en todo reportero de guerra de conseguir concienciar a la sociedad sobre un hecho por medio de una imagen. Kevin reconoce que un fotógrafo ve muchas cosas malas y que lo que desea hacer en el momento es intervenir, ayudar. Y, precisamente, consigue ayudar tomando la foto, atreviéndose a contar una historia siendo consciente de que habrá gente a la que le desagradará. Y es que, en un par de frases, Kevin logra resumir uno de los peligros más terribles a los que se enfrentan los fotógrafos: la incomprensión.

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