Si hace unos meses llegan a decirme que viviría todo esto, no me lo hubiese creído. Llevamos casi 40 días confinados en nuestras casas y, en principio, el confinamiento se alargará hasta al menos el 9 de mayo.
Al principio, me lo tomé como un juego. Dentro de la gravedad, claro. Pero he visto muchas películas postapocalítpicas y fantaseaba con tener que sobrevivir ante hordas de zombies. Al final, no hay zombies, sino algo mucho peor. Hay un virus que se ha llevado 20.639 vidas (por ahora). Hay 20.639 familias rotas. En realidad, muchas más. Porque no son solo los fallecidos, ni los familiares que no han podido ni siquiera despedirse de ellos. También son las personas que han perdido su trabajo, o las que tienen que vivir encerradas a pesar de su ansiedad, o las que viven en la calle y ni siquiera tienen un hogar en el que confinarse. Son los médicos y médicas, enfermeros y enfermeras, que están entregando hasta su último aliento para salvar vidas. Son todos ellos.
Pero también somos los que sufrimos en silencio. Los que, a pesar de aún conservar nuestro trabajo, de no haber perdido a nadie en la pandemia, de vivir en una casa con todas las comodidades y alimentos, a veces nos supera la situación. Y es normal. Al principio me sentía culpable, pero ya entiendo que es normal. Igual que entiendo que es normal no ser productiva las 24 horas del día o no estar siempre de buen humor.
Como decía, comencé el confinamiento con optimismo. Y no digo que no lo mantenga, pero también dándome la oportunidad de derrumbarme si lo necesito. O de reírme y hacer chistes de la situación si lo necesito. De perdonarme.
Los primeros días, vi muchas películas. Muchísimas. Es cierto eso que dicen de que el cine cura. Leí mucho y hasta empecé un "diario de la cuarentena" (y lo mantengo, nunca se sabe). Me tomaba cada día como una aventura, una aventura entre las cuatro paredes de mi habitación. Quería hacer videollamadas con todos mis amigos, escribir en mis blogs, aprovechar mucho el tiempo, aprender lecciones, obtener una moraleja de todo esto.
Pero no, no siempre se puede hacer eso. No siempre se puede estar al 100%, ni hacer deporte todos los días, ni cumplir horarios y rutinas, ni dar todo de ti. Es bueno hacer eso, pero solo cuando realmente te apetezca. Y si lo que te apetece es tumbarte en el sofá, hincharte a galletas y llorar con un videoclip de Green Day, puedes hacerlo.
Lo que me duele no es sentirme mal a veces. La verdad es que ganan por goleada las veces en las que me siento bien, en la que me río con mi familia y amigos, en las que disfruto haciendo algo que me gusta. Lo que me duele es la incertidumbre, el odio que se destila en redes sociales, los que sacan provecho de la situación y rédito político de los muertos. Me duele también todos aquellos que no están bien, que sienten que la situación puede con ellos, que creen que no pueden más.
El resumen es que no somos héroes por estar viviendo esto. Pero tampoco somos villanos por no saber sobrellevarlo siempre. Somos personas. Es obvio que lo somos, pero a veces se nos olvida, y conviene no hacerlo. Sobre todo ahora.
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